domingo, 7 de junio de 2015

EL TEMPLO Y LA LITURGIA

El Templo de Jerusalén.

El Templo de Jerusalen, situado en el lado oriental de la ciudad sobre el monte Moira, era el lugar donde los judíos adoraban a Dios conforme a la Ley. En él se leían los libros sagrados del Antiguo Testamento.

El Templo tenía dos partes: el lugar Santo, con el altar del incienso, una mesa y el candelabro de siete brazos, y el Santísimo, separado de aquel por un velo o cortina bordada, con una gran piedra sobre la que el Sumo sacerdote ponía el incensario el Día de la Expiación. Los sacerdotes ofrecían holocaustos y otras ofrendas con música y oraciones.

Jesús, los Apóstoles y la Virgen María solían ir al Templo a orar y a escuchar la palabra de los doctores de la ley. También acudían en las fiestas de Pascua y Pentecostés. 

En cierta ocasión entró Jesús en el Templo y echó a los que compraban y vendían objetos variados; e incluso derribó las mesas de los cambistas gritándoles: “¡Mi casa es casa de oración para todos los pueblos!”. Ocurrió en el atrio de los gentiles lejos del lugar Santísimo. Jesús lleno de autoridad expulsó a toda aquella gente con palabras de Isaías (56,7), “Los traeré a mi monte santo, los llenaré de alegría en mi casa de oración; sus holocaustos y sus sacrificios serán aceptables sobre mi altar, porque mi casa es Casa de oración para todos los pueblos”. El Templo era para Jesús lugar de encuentro con Dios, donde se invitaba a la oración y no toleraba que fuese profanado con un mercado de compraventa.

El templo actual.

También ahora los cristianos acuden al templo a orar y a escuchar y recibir la palabra de Dios. Los sacerdotes ofrecen el holocausto de la Eucaristía, sacramento de acción de gracias a Dios por las obras de la Creación, Redención y Santificación. El templo actual es la casa de Dios, casa de oración, donde sus hijos se encuentran con Él en Cristo, por medio de acciones y palabras que conforman la liturgia.

El templo es lugar santo y de recogimiento para gloria de Dios, siempre abierto para favorecer la oración personal a cualquier hora del día. En él no hay cambistas ni compraventas pero sí está Cristo en el Sagrario. Cualquier visitante puede identificarlo por la lamparilla de aceite encendida que ayuda a reconocer su presencia Real en el Santísimo Sacramento.

La devoción de adorar a Cristo en el Sagrario es una de las más cotidianas de los fieles, con frecuencia sin poder hacerlo por no encontrar una iglesia abierta. Si es penoso que los horarios de apertura de los templos no sean más amplios, peor es que se abran con fines turísticos a gente sacando fotos que deambula y habla sin parar, sin exigir un mínimo decoro, y se impida el acceso a los fieles que quieren “hacer una visita” al Santísimo.   

En el templo, la Eucaristía es la fuente y culmen de la vida cristiana. Contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir Cristo mismo. La liturgia de la Santa Misa es la expresión de la fe en la presencia real de Cristo bajo las especies de pan y de vino. Su adoración, de rodillas  e inclinando la cabeza, es un gesto tristemente devaluado por falta de una lección catequística que remedie el que muchos fieles permanezcan de pie durante la consagración, como ocurre en muchas iglesias, o no hagan una simple genuflexión al pasar ante el Sagrario. En la  Eucaristía está Dios con nosotros en el prodigio de un Sacramento, y en su presencia hay que mantener las formas apropiadas: silencio, recogimiento y actitud orante.